lunes, 14 de noviembre de 2016

Homilía por los 70 Años


Las lecturas del día de hoy nos hablan de gratitud, satisfacción por lo que Dios ha hecho por nosotros, esperanza en el futuro, sentimientos que todos compartimos en este día de celebración.

¿Pero qué pasó exactamente hace 70 años y qué celebramos en concreto? El 2 de julio de 1946 el presidente Velasco Ibarra aprobó mediante decreto la creación de universidades particulares. El 6 de agosto el ministerio de Educación aprobó los estatutos de la Universidad Católica. El 26 de septiembre el mismo ministerio autorizó el funcionamiento del primer curso de la facultad de jurisprudencia. El 4 de noviembre a las 8 am se tuvo la misa inaugural, y a las 11 am, el acto académico por el inicio de actividades. El 5 de noviembre 52 jóvenes empezaron clases en la facultad de jurisprudencia, la única entonces.

Celebramos entonces un acontecimiento que no se limita a algunas fechas puntuales, aunque el día tradicional sea desde entonces el 4 de noviembre. Pero lo que aconteció no fue únicamente la fundación de nuestra universidad sino algo más que nos descubre la mirada de fe. Hace 70 años, Dios suscitó un pequeño grupo de laicos que tomaron muy en serio el mandato del Señor resucitado: “vayan y hagan discípulos a todos los pueblos”, y lo tradujeron al campo de la educación superior, con los magníficos resultados que conocemos.  Los 52 estudiantes iniciales se han transformado en aproximadamente 36.500 graduados hasta el día de hoy solo en Quito, y los modestos inicios en la casona de la calle Bolívar dieron paso a una sólida universidad que no se ve con indiferencia en el país.

Al igual que entonces, quienes vivimos la universidad de hoy, somos parte de un proyecto que nos trasciende, y que el evangelio de hoy explica como la misión de Jesús. En efecto, Nuestro Señor recibe de su Padre una misión e invita a sus seguidores a participar en esta misión. Estos seguidores no son ni dueños ni protagonistas de la misión, sino simples co-laboradores de Jesús en su misión de construir el Reino de Dios en la tierra.

Ser parte de un proyecto más grande que nosotros mismos me parece que es la actitud de fe que puede llenar de sentido semanas y semanas de trabajo duras y aburridas. Además de la frase que dirige Jesús a sus discípulos, “sepan que yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin de los tiempos”, hemos de apoyarnos siempre en la certeza que la PUCE no está para cosas pequeñas ni para llenar de profesionales el “mercado laboral”, como se dice. Nuestra universidad se define por un objetivo transformacional en la vida de las personas y de la sociedad, y si dejamos de ser eso, quizás sigamos siendo universidad, pero dejaremos de ser universidad católica.

Por todo esto, celebremos y agradezcamos el haber sido invitados por Dios a ser colaboradores de su misión transformadora mediante esta institución llamada universidad.  Si la universidad es para nosotros un mero lugar de trabajo, sin duda nos irá bien, y alcanzaremos una feliz jubilación como tantos otros que nos precedieron, y esto está muy bien. Pero si la universidad se convierte en nuestro espacio de realización como personas y cristianos, como discípulos y misioneros de Jesús, entonces podremos escuchar a San Pablo diciéndonos lo que decía a los filipenses de su tiempo: “Estoy convencido que Dios que comenzó en ustedes una obra tan buena, la llevará a feliz término para el día en que Cristo Jesús se manifieste”.

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