viernes, 4 de marzo de 2016

Discurso del rector de la PUCE en las incorporaciones (2015- 2016)

  Culminar con éxito los estudios es uno de los mejores momentos de la vida. Es el cierre de una etapa y el inicio de otra en el irreversible camino hacia la madurez humana. Queridos jóvenes, hoy ustedes atraviesan una puerta sobre la cual no volverán, y esto no es banal.

  En primer lugar quiero felicitarlos, jóvenes, por haber llegado felizmente al término de este esfuerzo, y el haberlo hecho por sus propios méritos. Consiguieron lo que se propusieron hace pocos años y ahora están listos para apuntar a horizontes de mayor altura. 

  Además de felicitarlos, quiero compartir con ustedes una reflexión sobre lo que me parece importante que recuerden de estos años, tanto los jóvenes como sus padres. Al hacer ustedes el balance de lo que deben dejar de los años pasados y de lo que conviene llevar a la siguiente etapa de su vida, quisiera invitarlos a pensar en una de las características esenciales de nuestra universidad que espero los haya marcado a fondo en estos años y les sirva para orientar sus vidas en un futuro próximo y lejano.

  La PUCE es una universidad humanista. Mucho se puede decir de ella pero lo esencial está resumido en este rasgo de su personalidad que la conecta con una tradición cultural e intelectual nacida en el siglo XV europeo y enraizada desde temprano en estas tierras latinoamericanas. Pero ¿qué quiero decir en concreto al hablar de una universidad humanista? Quisiera explicarme brevemente recurriendo a las ideas de Mario Montalbetti Solari, lingüista y poeta peruano (1953, Callao, Perú). 

  Las universidades en todo el mundo, y no solo en el Ecuador, están atravesando transformaciones profundas resultado de fenómenos mundiales que nos sobrepasan, como la globalización económica y cultural, y el predominio del paradigma científico tecnológico en prácticamente todas las actividades humanas. Estas transformaciones en la educación superior podrían describirse como el aparecimiento de una nueva cultura que podríamos sintetizar, con la ayuda del pensador peruano, como la prevalencia del número sobre la letra.

  El número gana hoy terreno a la letra. Lo predecible, mensurable, controlable a toda costa se ha vuelto una de las características más importantes, si no la más importante, de la formación y gestión universitarias. Quizás más importante que expresar ideas o afrontar críticamente problemas vitales, debemos aprender a medir resultados – se nos dice – a cuantificar costos, evidenciar de manera irrefutable los avances profesionales, académicos e incluso personales. 
Estamos hoy ante la tentación omnipresente de la cultura del número: enumerar la realidad, y así reducirla a cantidad, nos brinda la ilusión de compleción, de que nada se nos escapa a la comprensión, y nos hace creer que toda realidad es finalmente equiparable con su medida exacta, suponiendo que ésta sea posible.  

  Pero desde la perspectiva de la universidad humanista, hay que decir que el número – y la mentalidad basada en él – simplifica y además no tiene futuro. El número nunca cambia – dos más dos siempre serán cuatro – y por consiguiente carece de sorpresa y novedad; es por tanto estéril. Cuando el número se transforma en otra cosa, cuando trata de cambiar, requiere siempre de la letra; aunque solo sea aquella x minúscula que representa el enigma que trata de resolver.

  La letra es de naturaleza distinta. Con letras no hay equivalencias sino transformaciones, metamorfosis y desplazamientos. Y es precisamente de esto de donde surgen las ideas. La razón es muy simple: la transmisión del número es viral, se hace por contagio; en cambio, la transmisión de la letra se hace por interpretación. Y por esto el futuro es de la letra, porque cambia constantemente, a diferencia del número.

  En este punto quisiera evitar un  malentendido. El número tiene un lugar en nuestras vidas, y el lugar del número no debe ser cambiado por nada, ni siquiera por la letra. Por supuesto, si vamos a construir un puente recurramos al número, al cálculo, a la medición. Pero si vamos a pensar para qué y para quién queremos el puente recurramos a la letra. El número no nos lo va a decir porque los números no piensan. A veces nos dan la impresión que lo hacen y los seguimos radicalmente porque creemos que con los números evitaremos la incertidumbre y todo entrará en orden, con irrefutable exactitud matemática. Pero esta es la principal tentación del número: la posibilidad de dejar de pensar. Y ese es exactamente también el ideal de una universidad funcional – tal vez exagere un poco -: que los profesores y alumnos estén ahí como reserva permanente de las fuerzas productivas de una sociedad.

  La naturaleza y futuro del humanismo y de una universidad humanista se sitúan en el punto opuesto. Pensar lo que aparentemente no sirve, lo que no es útil, según nos dicen, lo que no puede transformarse en insumo. Pensar lo que nos pide la terca realidad y no lo que nos exigen los gerentes o gobernantes de la realidad. 

  El humanismo requiere pensar, tarea cada vez más difícil cuanto más se funcionaliza la Universidad. Esto no quiere decir que se menosprecie el valor del cálculo y la medición. Sería un engaño pensar que la cultura humanista se contrapone a la científica o a las tecnologías necesarias en la actualidad. Más bien hay que decir que la cultura humanista pone a la científica en su lugar, la integra en una visión más completa de la realidad, y que si ha habido contraposición entre ambas visiones del mundo, ésta proviene con frecuencia de quienes han hecho de la ciencia y la técnica una nueva religión secular. 

  Quiero decir por último que la tarea de pensar, en clave humanista no es privilegio de ciertas profesiones; es un desafío para todo joven universitario, independientemente de la facultad o carrera de la cual hoy egresan. Más que profesionales, científicos o técnicos, ustedes son personas humanas en quienes debe primar la globalidad de la letra sobre la particularidad del número.

  Queridos jóvenes: al traspasar hoy este umbral que es su incorporación profesional deseo que se lleven la convicción de querer vivir según la letra, es decir de permanecer abiertos a la sorpresa, la novedad, la necesidad de interpretar y no solamente repetir ideas en sus tareas profesionales, personales y cívicas. Sin duda necesitaremos del número, es decir del cálculo y la medida exacta, pero no es en el número donde encontraremos las razones para vivir, trabajar, amar y servir. Si incorporan en ustedes esta orientación vital que he querido ilustrar con la imagen de la letra, podrán sostener con orgullo que han pasado por una universidad humanista y que el humanismo ha entrado y hecho carne en ustedes. 

  Que el Buen Dios les acompañe en el futuro así como ha sabido bendecirlos con el éxito bien merecido por el cual hoy todos nos alegramos.

Muchas gracias por su atención.

Dr. Fernando Ponce León S. J.
PUCE Matriz
04 de marzo de 2016