martes, 6 de marzo de 2018

La Reconciliación nos complica la Vida

Inauguración del Conversatorio y Taller “Del Conflicto a la Reconciliación”

Fernando Ponce León, SJ.
PUCE, Quito, 27 de febrero 2018

Hoy tenemos el gusto de reunirnos para asistir a este conversatorio “del conflicto a la reconciliación”, con la participación de distinguidos ponentes. Sean todos bienvenidos.

La palabra “reconciliación” tiene un hondo significado en los ambientes cristianos, y especialmente en la Compañía de Jesús. Como bien saben, los jesuitas entendemos nuestra misión como un servicio a la reconciliación en tres dimensiones: la reconciliación del ser humano con Dios, la reconciliación en la humanidad, la reconciliación con la creación. Con esto no definimos el contenido de lo que hacemos, sino el carácter y sentido de todos los apostolados que emprendemos. Esta formulación viene a ser un nuevo giro de tuerca a la manera en que expresábamos anteriormente nuestra misión: servicio de la fe y la justicia en diálogo con las culturas y otras religiones. Dos maneras de intentar decir lo mismo: como creyentes queremos participar en la misión de Cristo que es la instauración del reino de Dios en este mundo.

Así como la palabra “reconciliación” es honda, es también polisémica. En primer lugar, tiene un significado religioso; quiere decir una restauración cósmica, futura y trascendental de un nexo entre Dios y su creación, un nexo que alguna vez estuvo bien establecido, que luego fue roto y que hoy nos esforzamos por re-establecer, encaminados por la vida y obra de Jesús de Nazareth.  Para re-conciliar hay que admitir que, en algún momento y de alguna manera muy difícil de explicar, Dios y su creación estuvieron conciliados.

Afortunadamente lo que es difícil para la teología, no lo es para la narrativa. El libro del Génesis nos cuenta que en un inicio Dios vivía a gusto en el jardín del Edén y se entretenía conversando con el ser humano. Todo estaba conciliado, todos disfrutaban del lugar, y nadie tenía de qué quejarse. Vino la ruptura del pecado, y vino finalmente Jesús para anunciar que era posible reconciliar lo que estaba roto, y salvar lo que estaba perdido. A este mundo reconciliado por venir la llamó el Reino de Dios, cuya explicación más simple la he encontrado en un novelista contemporáneo, francés y agnóstico, Emmanuel Carrère: el Reino es el lugar donde Dios quisiera estar.

Todo esto lo digo a propósito del significado religioso de la reconciliación. Además de éste, existe un segundo significado, sabiendo que seguramente hay más de dos. Reconciliación es un término que se refiere a los caminos pastorales o las estrategias de acción – cada uno elija la expresión que mejor le cuadre – que podríamos poner en obra para conseguir la Reconciliación en su primer sentido. Este es un significado de tono más práctico que se relaciona con el religioso pero que no se identifica con él.

Es muy importante precisar estos dos sentidos de la reconciliación para no banalizarla ni caer en una tentación que hoy considero muy fuerte en los ambientes católicos. En este mundo de lo políticamente correcto, pareciera que expresiones como “justicia social”, “opción por los pobres”, “lucha y compromiso” ya no debieran usarse porque irritan y molestan a algunos. Para que todos nos sintamos unidos y felices – “juntos como hermanos”, como dice una canción católica – mejor es evitar lo que hiere y enoja al prójimo, aunque siga siendo verdad.

Seamos claros: la reconciliación no desplaza a la justicia; no está pensada para sustituir en nuestra jerga pastoral un término incómodo por otro más agradable. Si queremos utilizar la palabra reconciliación para evitar mirar y enfrentar las injusticias que nos rodean, es que no estamos entendiendo nada sobre la reconciliación ni nada sobre la justicia, ni absolutamente nade sobre el Reino de Dios.

Intentaré explicarme hablando de tres formas o estrategias con las que generalmente queremos contribuir a la reconciliación en su sentido religioso. Puede sonar a poco, o puede sonar pretensioso hablar sobre esta materia tan vasta, pero ya que me han dado la oportunidad de hablar, no quiero desaprovecharla.

Tenemos primero la reconciliación en sentido literal, que es la restauración de algo bueno pero perdido. Puede ser el amor de pareja, la unión cívica en un país, un ecosistema que se autorregulaba antes de la venida de invasores, y muchas otras situaciones más. En todos estos casos el esquema es el mismo: todo andaba más o menos bien, vino una irrupción, y ahora intentamos que las relaciones mejoren, sin tal vez aspirar a que sean las mismas, pues nunca lo serán después de la crisis.

Existe en segundo lugar la conciliación, así sin más, sin segundas apariciones. Aquí no se supone la existencia de un momento bueno que luego se degradó. Se asume que nunca la situación fue correcta o buena, pero de algún modo se descubre la necesidad de intervenir en ella y orientarla hacia lo que nos parece bueno o correcto, en las circunstancias actuales. El ejemplo que me viene a la mente inmediatamente es la relación entre las clases socioeconómicas que dividen la sociedad entre quienes concentran la riqueza y las oportunidades y quienes son despojados y excluidos de ellas. Es el uno por ciento de la población poseedora de la mitad de la riqueza mundial contra el resto (Informe Riqueza Global 2017 elaborado por el Instituto de Investigación Crédit Suisse).

Cuando hablamos de conciliación en este caso hay que entender que nunca hubo una edad dorada de igualdad que por alguna razón desapareció. La desigualdad, inequidad y empobrecimiento, las guerras y las torturas, siempre han existido. Pero algunos creyentes y humanistas empecinados consideramos que esto no va más, que debería acabarse y que la especie humana debería, no re-conciliarse, sino, por primera vez, converger hacia una familia humana de iguales, que se tratan con el mismo respeto y consideración.

Esto es muy difícil de creer, a diferencia del caso anterior, donde por lo menos había un estado previo y glorioso que sirve de referente. Es muy difícil de creer en la conciliación porque si la desigualdad existió siempre, ¿qué nos hace pensar que la haremos retroceder? ¿Alguna vez ganará espacio la solidaridad frente al egoísmo? ¿Puede un torturador reconvertirse?

Además de la reconciliación y la conciliación, tenemos un tercer camino o estrategia para la construcción del Reino de Dios, que no será muy popular en esta inauguración. Es el conflicto, no como un hecho que existe irremediablemente y que haya que evitar de cualquier manera, sino como algo querido y buscado frente a un estado de cosas falsamente conciliado.

Para no demorarme mucho en mi exposición, evocaré el ejemplo de Jesús en el Templo de Jerusalén. Este campesino de Galilea vino expresamente a voltear mesas de comerciantes y arruinar así la mutua comprensión que había entre compradores y vendedores en una semana de fiesta y alabanzas a Yahvé. Todo estaba bien, pero Jesús introdujo un conflicto que interpretó como su modo de hacer llegar el Reino en esas circunstancias. La historia dice que perdió; pudieron más los guardianes de la falsa paz. Pero San Pablo enseña que “Dios nos ha reconciliado consigo mismo por medio de Cristo y nos ha confiado el ministerio de la reconciliación” (2 Cor 5, 19)

Con todo esto quiero decir que la reconciliación o el Reino supone, efectivamente, la existencia del conflicto, pero bajo tres formas distintas:

  • Hay ciertamente un conflicto que irrumpe y destruye la armonía de una determinada situación y cuya superación se vuelve necesaria si queremos alcanzar un nuevo entendimiento, en algo parecido y en algo distinto a la anterior.
  • Existe también un conflicto instalado desde siempre en la historia y condición humana. El Reino también nos pide superarlo porque creemos que Cristo ya lo hizo, pero esta superación requiere mucha fe, mucha esperanza, mucho amor y compromiso.
  • Tenemos también el conflicto que acaba con la falsa idea de mundo feliz promovida por quienes disfrutan con el actual estado de las cosas.  Bien conducido, este conflicto libera y abre puertas a quienes siempre se han quedado por fuera de todo.


He dicho todo esto porque creo que el paso del conflicto a la reconciliación es un camino atrayente y necesario, pero complejo. Tomado a la ligera podría limitarse a ser un nuevo discurso sin aristas ni asperezas para cristianos bien pensantes. O peor aún, podría inmovilizar la búsqueda del auténtico Reino de Dios, a cuya construcción Jesús convoca a todos por igual.

Estoy plenamente convencido que nuestros ponentes y nuestros compañeros jesuitas invitados nos ayudarán a entender la complejidad en la que nos metemos cuando queremos trabajar para pasar del conflicto a la reconciliación, y que nos ayudarán a entender qué tiene que ver la justicia con la reconciliación. Quizás la principal obra de la justicia sea trabajar por la reconciliación de “los desavenidos”, como decían los primeros jesuitas, y crear conflicto en los falsamente conciliados. Esto sería dar a cada uno lo suyo; que los afligidos alcancen la paz, y que los satisfechos comiencen a preocuparse, para usar terminología bíblica. Pero estos son temas mayores que ustedes sabrán abordar mucho mejor en este día y en este taller.

Quiero decir por último que la PUCE se siente honrada por haber sido escogida como lugar para albergar este conversatorio y este taller pues el tema tiene mucho que decir a nuestra misión en el campo de la educación superior.

Como decía un compañero jesuita, P. Rafael Velasco SJ, antiguo rector de la Universidad Católica de Córdoba: “el centro de la universidad está fuera de la universidad”. Porque el tema que nos reúne nos recuerda esta verdad, porque la reconciliación nos complica la vida personal e institucional, tengo mucha alegría en declarar inaugurado estos dos importantes eventos.