Inauguración del Conversatorio y Taller
“Del Conflicto a la Reconciliación”
Fernando Ponce León, SJ.
PUCE, Quito, 27 de febrero 2018
Hoy tenemos el gusto de
reunirnos para asistir a este conversatorio “del conflicto a la
reconciliación”, con la participación de distinguidos ponentes. Sean todos
bienvenidos.
La palabra
“reconciliación” tiene un hondo significado en los ambientes cristianos, y
especialmente en la Compañía de Jesús. Como bien saben, los jesuitas entendemos
nuestra misión como un servicio a la reconciliación en tres dimensiones: la
reconciliación del ser humano con Dios, la reconciliación en la humanidad, la
reconciliación con la creación. Con esto no definimos el contenido de lo que
hacemos, sino el carácter y sentido de todos los apostolados que emprendemos.
Esta formulación viene a ser un nuevo giro de tuerca a la manera en que
expresábamos anteriormente nuestra misión: servicio de la fe y la justicia en
diálogo con las culturas y otras religiones. Dos maneras de intentar decir lo
mismo: como creyentes queremos participar en la misión de Cristo que es la
instauración del reino de Dios en este mundo.
Así como la palabra
“reconciliación” es honda, es también polisémica. En primer lugar, tiene un
significado religioso; quiere decir una restauración cósmica, futura y
trascendental de un nexo entre Dios y su creación, un nexo que alguna vez
estuvo bien establecido, que luego fue roto y que hoy nos esforzamos por
re-establecer, encaminados por la vida y obra de Jesús de Nazareth. Para re-conciliar hay que admitir que, en
algún momento y de alguna manera muy difícil de explicar, Dios y su creación
estuvieron conciliados.
Afortunadamente lo que es
difícil para la teología, no lo es para la narrativa. El libro del Génesis nos
cuenta que en un inicio Dios vivía a gusto en el jardín del Edén y se
entretenía conversando con el ser humano. Todo estaba conciliado, todos
disfrutaban del lugar, y nadie tenía de qué quejarse. Vino la ruptura del
pecado, y vino finalmente Jesús para anunciar que era posible reconciliar lo
que estaba roto, y salvar lo que estaba perdido. A este mundo reconciliado por
venir la llamó el Reino de Dios, cuya explicación más simple la he encontrado
en un novelista contemporáneo, francés y agnóstico, Emmanuel Carrère: el Reino
es el lugar donde Dios quisiera estar.
Todo esto lo digo a
propósito del significado religioso de la reconciliación. Además de éste, existe
un segundo significado, sabiendo que seguramente hay más de dos. Reconciliación
es un término que se refiere a los caminos pastorales o las estrategias de
acción – cada uno elija la expresión que mejor le cuadre – que podríamos poner
en obra para conseguir la Reconciliación en su primer sentido. Este es un
significado de tono más práctico que se relaciona con el religioso pero que no
se identifica con él.
Es muy importante precisar
estos dos sentidos de la reconciliación para no banalizarla ni caer en una
tentación que hoy considero muy fuerte en los ambientes católicos. En este
mundo de lo políticamente correcto, pareciera que expresiones como “justicia
social”, “opción por los pobres”, “lucha y compromiso” ya no debieran usarse
porque irritan y molestan a algunos. Para que todos nos sintamos unidos y
felices – “juntos como hermanos”, como dice una canción católica – mejor es
evitar lo que hiere y enoja al prójimo, aunque siga siendo verdad.
Seamos claros: la
reconciliación no desplaza a la justicia; no está pensada para sustituir en
nuestra jerga pastoral un término incómodo por otro más agradable. Si queremos
utilizar la palabra reconciliación para evitar mirar y enfrentar las
injusticias que nos rodean, es que no estamos entendiendo nada sobre la
reconciliación ni nada sobre la justicia, ni absolutamente nade sobre el Reino
de Dios.
Intentaré explicarme
hablando de tres formas o estrategias con las que generalmente queremos
contribuir a la reconciliación en su sentido religioso. Puede sonar a poco, o
puede sonar pretensioso hablar sobre esta materia tan vasta, pero ya que me han
dado la oportunidad de hablar, no quiero desaprovecharla.
Tenemos primero la
reconciliación en sentido literal, que es la restauración de algo bueno pero
perdido. Puede ser el amor de pareja, la unión cívica en un país, un ecosistema
que se autorregulaba antes de la venida de invasores, y muchas otras
situaciones más. En todos estos casos el esquema es el mismo: todo andaba más o
menos bien, vino una irrupción, y ahora intentamos que las relaciones mejoren,
sin tal vez aspirar a que sean las mismas, pues nunca lo serán después de la
crisis.
Existe en segundo lugar la
conciliación, así sin más, sin segundas apariciones. Aquí no se supone la
existencia de un momento bueno que luego se degradó. Se asume que nunca la
situación fue correcta o buena, pero de algún modo se descubre la necesidad de
intervenir en ella y orientarla hacia lo que nos parece bueno o correcto, en
las circunstancias actuales. El ejemplo que me viene a la mente inmediatamente
es la relación entre las clases socioeconómicas que dividen la sociedad entre quienes
concentran la riqueza y las oportunidades y quienes son despojados y excluidos
de ellas. Es el uno por ciento de la población poseedora de la mitad de la
riqueza mundial contra el resto (Informe Riqueza Global 2017 elaborado por el
Instituto de Investigación Crédit Suisse).
Cuando hablamos de
conciliación en este caso hay que entender que nunca hubo una edad dorada de
igualdad que por alguna razón desapareció. La desigualdad, inequidad y
empobrecimiento, las guerras y las torturas, siempre han existido. Pero algunos
creyentes y humanistas empecinados consideramos que esto no va más, que debería
acabarse y que la especie humana debería, no re-conciliarse, sino, por primera
vez, converger hacia una familia humana de iguales, que se tratan con el mismo
respeto y consideración.
Esto es muy difícil de
creer, a diferencia del caso anterior, donde por lo menos había un estado previo
y glorioso que sirve de referente. Es muy difícil de creer en la conciliación porque
si la desigualdad existió siempre, ¿qué nos hace pensar que la haremos retroceder?
¿Alguna vez ganará espacio la solidaridad frente al egoísmo? ¿Puede un
torturador reconvertirse?
Además de la
reconciliación y la conciliación, tenemos un tercer camino o estrategia para la
construcción del Reino de Dios, que no será muy popular en esta inauguración.
Es el conflicto, no como un hecho que existe irremediablemente y que haya que
evitar de cualquier manera, sino como algo querido y buscado frente a un estado
de cosas falsamente conciliado.
Para no demorarme mucho en
mi exposición, evocaré el ejemplo de Jesús en el Templo de Jerusalén. Este
campesino de Galilea vino expresamente a voltear mesas de comerciantes y arruinar
así la mutua comprensión que había entre compradores y vendedores en una semana
de fiesta y alabanzas a Yahvé. Todo estaba bien, pero Jesús introdujo un
conflicto que interpretó como su modo de hacer llegar el Reino en esas
circunstancias. La historia dice que perdió; pudieron más los guardianes de la falsa
paz. Pero San Pablo enseña que “Dios nos ha reconciliado consigo mismo por
medio de Cristo y nos ha confiado el ministerio de la reconciliación” (2 Cor 5,
19)
Con todo esto quiero decir
que la reconciliación o el Reino supone, efectivamente, la existencia del
conflicto, pero bajo tres formas distintas:
- Hay ciertamente un conflicto que irrumpe y destruye la armonía de una determinada situación y cuya superación se vuelve necesaria si queremos alcanzar un nuevo entendimiento, en algo parecido y en algo distinto a la anterior.
- Existe también un conflicto instalado desde siempre en la historia y condición humana. El Reino también nos pide superarlo porque creemos que Cristo ya lo hizo, pero esta superación requiere mucha fe, mucha esperanza, mucho amor y compromiso.
- Tenemos también el conflicto que acaba con la falsa idea de mundo feliz promovida por quienes disfrutan con el actual estado de las cosas. Bien conducido, este conflicto libera y abre puertas a quienes siempre se han quedado por fuera de todo.
He dicho todo esto porque
creo que el paso del conflicto a la reconciliación es un camino atrayente y
necesario, pero complejo. Tomado a la ligera podría limitarse a ser un nuevo
discurso sin aristas ni asperezas para cristianos bien pensantes. O peor aún,
podría inmovilizar la búsqueda del auténtico Reino de Dios, a cuya construcción
Jesús convoca a todos por igual.
Estoy plenamente
convencido que nuestros ponentes y nuestros compañeros jesuitas invitados nos
ayudarán a entender la complejidad en la que nos metemos cuando queremos
trabajar para pasar del conflicto a la reconciliación, y que nos ayudarán a
entender qué tiene que ver la justicia con la reconciliación. Quizás la
principal obra de la justicia sea trabajar por la reconciliación de “los
desavenidos”, como decían los primeros jesuitas, y crear conflicto en los
falsamente conciliados. Esto sería dar a cada uno lo suyo; que los afligidos
alcancen la paz, y que los satisfechos comiencen a preocuparse, para usar
terminología bíblica. Pero estos son temas mayores que ustedes sabrán abordar mucho
mejor en este día y en este taller.
Quiero decir por último
que la PUCE se siente honrada por haber sido escogida como lugar para albergar
este conversatorio y este taller pues el tema tiene mucho que decir a nuestra
misión en el campo de la educación superior.
Como decía un compañero
jesuita, P. Rafael Velasco SJ, antiguo rector de la Universidad Católica de
Córdoba: “el centro de la universidad está fuera de la universidad”. Porque el
tema que nos reúne nos recuerda esta verdad, porque la reconciliación nos
complica la vida personal e institucional, tengo mucha alegría en declarar inaugurado
estos dos importantes eventos.